El Bogotazo: La Ira Popular. Aprendizajes Para Nuestro Presente

El viernes 9 de abril de 1948, a la 1:15 de la tarde, Jorge Eliecer salía de su oficina acompañado por varios de sus amigos y compañeros de partido. Al llegar a la puerta del edificio, ni bien cruzaba el quicio de ésta, una serie de disparos de revolver lo impactaron, causándole heridas mortales. El crimen, que marcaría un hito de gran importancia en la historia colombiana, despertó la indomable ira popular.


El Hombre

Parecería que la figura de Jorge Eliecer Gaitán sigue difusa en la memoria de los colombianos, por supuesto, esto se debe a la naturaleza de nuestras elites que no sólo se conformaron con perseguir, calumniar y matar al hombre junto con su doctrina, sino que además, después de desaparecerle han hecho todo lo posible por tergiversar su mensaje e imagen hasta convertirlo en un símbolo hierático e inofensivo.

Al gaitanismo lo aprovechan hoy todas las orillas políticas para acomodarlo a sus intereses reaccionarios o reformistas. No parece existir el propósito, en ninguno de ellos, de mirar con objetividad y verdadera curiosidad científica las enseñanzas que dejaron Gaitán y el proceso social que desató.

Por esta razón, creemos pertinente hacer un análisis profundo de los aciertos y errores de este gran hombre, estudiando al personaje y su contexto histórico desde una perspectiva crítica y marxista, que no sólo nos ayudará a entenderlo mejor sino que, sobre todo, nos enseñará lecciones valiosas para las luchas que hoy afrontamos y aquellas que se avecinan.

Las Ideas Socialistas En Colombia

A comienzos del siglo pasado un proletariado pequeño, que había crecido dolorosamente en medio de una Colombia principalmente campesina y económicamente atrasada, comenzaba a forjarse en sus primeras experiencias de lucha. Los artesanos, gremio experimentado por su rebelión de 1847, lideraban las espontaneas huelgas junto a ferrocarrileros, tranviarios, albañiles y demás trabajadores de la industria que más adelante crecerían en número y liderazgo.

A la par, las fuerzas políticas tradicionales comenzaban a anquilosarse, presentando pocas opciones a las clases marginadas. El Partido Conservador, por ejemplo, una de las dos grandes organizaciones políticas de Colombia en aquella época, estaba en un periodo hegemónico que duraría más de tres décadas y bajo el cual se perdería a Panamá y se pelearía la Guerra de los Mil Días. Mientras, su oponente, el Partido Liberal, relegado del poder se mostraba como aliado de los oprimidos, pero con un programa ligado a los intereses del incipiente capitalismo y de la pequeña burguesía. Ninguna de estas dos opciones ofrecía soluciones efectivas al campesinado pobre que era victima de un sistema casi feudal, ni a los pocos obreros de las ciudades que tenían paupérrimos sueldos y muy escasas opciones laborales. Serían los elementos más progresistas del liberalismo, aquellos que asumieron una posición más “radical”, los que encontrarían alguna simpatía entre las masas y también serían ellos los que, a través de ediciones francesas, traerían las primeras nociones del socialismo al país.

A raíz de esta búsqueda de ideas nuevas nacería, en 1926, el socialdemócrata PSR (Partido Socialista Revolucionario), que sería el predecesor del estalinista PCC (Partido Comunista Colombiano). Paradójicamente, no iban a ser ellos los que harían la primer obra teórica sobre socialismo en el país, este privilegio se lo llevaría el hijo de una maestra y un librero, liberales, de origen humilde y hermano de cinco, llamado Jorge Eliécer Gaitán Ayala.

Con 21 años[1] de edad, este joven bogotano terminaba su carrera en Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, mientras preparaba su conocida tesis de grado: “Las ideas socialistas en Colombia”. Este texto, casi único en el contexto nacional, exhibía, por primera vez en la historia del país, el concepto de socialismo científico desde una mirada académica, planteándose la posibilidad de implantarlo.

Resulta asombrosa la relevancia de este documento, pues, no es común que una tesis de grado de estas características trascienda así en nuestro país. La brillantez y el talento político demostrados por Gaitán eran sorprendentes. Sobre todo, lo eran las observaciones, en general acertadas, actuales y extraordinariamente revolucionarias que se exponían en su libro. No todas eran atinadas; sin embargo, para ser el primero de su especie, se debe aceptar que el joven autor logró hacer una lectura certera del agudo conflicto de clases interno y de las innumerables dificultades que debían enfrentar los campesinos pobres, obreros y artesanos en manos de la inoperante oligarquía colombiana. Por supuesto, y a pesar de su buen sustento político, las conclusiones dadas por Gaitán no dejaban de ser de corte liberal y no pasaban de hacer evidente la necesidad de desarrollar el capitalismo nacional y de sugerir una apertura a nuevas formas políticas.

El prestigio de Gaitán crecería después de presentar su tesis en 1924 y lo ayudaría con su carrera, facilitándole el escalar diferentes cargos públicos. El partido al que se afilia, casi por tradición familiar, es el Liberal.

Esta no fue la única tesis de Gaitán que recibió elogios, también los tendría “El criterio positivo de la premeditación” que realizó en la Real Universidad de Roma[2] hacia el año 1927 y que fue laureada con el premio Enrico Ferri.[3] La relevancia de esta última no es la misma de la primera, no obstante, en ella se perciben los fundamentos ideológico-subjetivos de Gaitán que más adelante se traducirían en varios de sus mayores fallos políticos.

La Masacre De Las Bananeras

La noche del 5 de diciembre de 1928 más de 2000 huelguistas departían, instalados en la plaza de Ciénaga (Magdalena). Se habían juntado allí, luego de varios días de protesta sin llegar a ningún acuerdo, porque se les había hecho creer que al día siguiente se encontrarían con el gobernador de la región para hablar sobre algunos puntos de su pliego de peticiones que, supuestamente, la United Fruit Company había aceptado. Mientras dormían, muchos acompañados por sus familias, un batallón de 300 soldados, bajo el mando del general Carlos Cortés Vargas, arremetió con ametralladoras y fusiles en contra del desprevenido grupo. Fue una cruenta matanza que se prolongaría hasta la madrugada del día 6 y que continúo durante 120 días hasta casi exterminar el movimiento bananero.

El gobierno del conservador Abadía Méndez, cómplice de la multinacional, al ver la magnitud de los sucesos puso todos sus recursos en marcha para desaparecer los cuerpos, tirándolos al mar o enterrándolos en las playas, y tergiversar los hechos, con tal esmero, que aún hoy es un misterio el número exacto de victimas producidas durante aquel cobarde ataque.[4]

Elegido en marzo de 1928 como representante a la Cámara por el Partido Liberal, El Negro, como llamaban a Gaitán los más cercanos, realizó una larga investigación en la zona bananera para comprender mejor lo sucedido durante aquel periodo calamitoso. Lo que encontró fue tan importante que, durante tres días, del 3 al 6 de septiembre de 1929, en debate del Congreso, el joven caudillo reconstruyó los hechos con pruebas y declaraciones de testigos y fuentes oficiales, denunciando al Estado, su ejército y a la oligarquía colombiana por sus desastrosas acciones. Esta denuncia, que se conocería como “El debate sobre las Bananeras”,[5] se transformaría en la respuesta al clamor popular que exigía el pronunciamiento de alguno de sus representantes.

Vale la pena recordar aquí que durante la década de los veinte del siglo pasado las uniones sindicales crecieron en número y consciencia de lucha en las diferentes regiones del país, su accionar rebelde tuvo un peso importante en los movimientos sociales y contagió a indígenas y campesinos. El PSR, de manera acertada, creó lazos importantes con estas organizaciones obreras y logró encabezar varios de sus Comités de Huelga en Bogotá, Barrancabermeja, Líbano y Ciénaga, entre muchos otros. Era su experiencia en campo, más que sus análisis teóricos, la que los movía al correcto acercamiento al proletariado.

Durante la huelga establecida por la Unión Sindical del Magdalena, en noviembre y diciembre de 1928 contra la compañía frutera, el aporte organizativo del PSR había sido decisivo. La determinación de parar actividades se dio, en parte, gracias a la influencia de Eduardo Mahecha, militante del partido enviado, junto con otros cuadros, con el fin de hacer agitación y formación a dirigentes locales. Al mismo tiempo, el Secretario del partido Tomás Uribe Márquez, instalado en Bogotá, daba orientaciones a Mahecha quien las trasmitía a los trabajadores.

Después de lo acontecido, la noche del 5, la institucionalidad intensificó su represión,[6] persiguiendo a todo aquel que hubiese tenido algo que ver con la Zona Bananera y sembrando el terror entre los trabajadores. Sin preparación para un evento de estas proporciones los socialistas involucrados fueron muertos o exiliados. Esto representó un golpe tenaz para la organización que terminó debilitada y con cierto descrédito. La falta de una formación y un análisis teórico correctos, contrastados a la luz de la realidad nacional del momento y al servicio de las bases, no les permitió defenderse de estos hechos violentos, ni determinar acciones estratégicas que hubiesen podido evitar la magnitud de ese desastre.

El logro de Gaitán durante este debate fue, precisamente, el de dar voz a las victimas y poner su grito en los oídos de las masas. Lo hizo con tal éxito que para el final de la última sesión del debate de las Bananeras, las gradas del recinto estaban repletas de estudiantes y obreros que gritaban su nombre acompañado de vivas, mientras muchas de las sillas de los representantes a la Cámara y congresistas quedaban desocupadas. Ante la imparable represión estatal y el silencio de quienes se autoproclamaban hombres del pueblo, era evidente que este esfuerzo llamaría la atención de los desposeídos. Jorge Eliécer Gaitán se mostraba ante todos como el mejor líder posible, el más revolucionario, y parecía que lo era.

Sólo existía un problema, su posición. Esta se ceñía estrictamente a la ley. La conclusión de su debate se podría resumir en un llamamiento a respetar las leyes burguesas, nacionales e internacionales, y a buscar, a través de estas, el saneamiento del Estado colombiano de los parásitos corruptos que lo contaminaban. Pese a tener las mayorías de su lado Jorge Eliécer prefería las vías legales a las grandes movilizaciones. Años después aprendería lo poderosa que podía llegar a ser la clase trabajadora enardecida, aunque nunca se alejaría de su idea principal de cambiar el Estado burgués con las mismas armas de las que este se valía para reprimir. Por supuesto la historia le mostraría su error.

El Ascenso Del Caudillo

La subida al poder de Olaya Herrera en 1930, un liberal de la élite, le dio a Gaitán la oportunidad de crecer dentro del aparato burocrático nacional y al mismo tiempo le facilitó su cercanía a las masas. Sus puestos como representante a la Cámara, alcalde de la capital y ministro de Educación le allanaron el camino para su ascenso político y le mostraron de cerca la podredumbre institucional. De igual manera los aprovechó para generar beneficios masivos como la campaña de alfabetización que emprendió en 1940, acompañada por un fuerte apoyo a las artes.

Pronto se convenció que la solución estaba fuera de las envejecidas estructuras bipartidistas y para 1933 crearía la UNIR (Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria) junto con otros liberales de posturas de izquierda. Este era un partido que pretendía hacer frente unido para dar una nueva opción al país. El experimento tendría una vida corta, en 1935 Gaitán regresaría al liberalismo. No obstante, el conjunto de sus ideas políticas se desarrollarían durante este periodo, tanto así que el programa propuesto para dicho partido, uno basado en el desarrollo del capital con una visión liberal, sería el mismo con el que se presentaría a la presidencia en 1946.

Se necesitaba un programa verdaderamente revolucionario, pero éste nunca llegó, lo que sí llegó fue la propuesta liberal con tintes socialdemócratas de Gaitán que, aunque era moderado, daba opciones de cambio al país y a los más desfavorecidos. En él se vinculaba a la clase trabajadora y se la ponía en el centro como productora de riquezas, se le daba importancia al sector agrario y se le exigía esfuerzo a los capitalistas nacionales para organizarse y trabajar en la elaboración formal de empresas. Todo adornado con un empaque de moralidad y ética positivistas.

Gaitán comprendía que la clase trabajadora crecía en número y que el grueso de ésta estaba en las bases de los dos partidos tradicionales. Por ende, enfocó su atención en esas mayorías más pobres, sin importar si eran liberales o conservadoras, y logró despertar en ellas su interés.

Así, en 1945, en plaza pública, lanzó su candidatura presidencial enfrentándose al conservador Mariano Ospina Pérez y al también liberal Gabriel Turbay, candidato de la oficialidad. Esta candidatura fue ratificada por las bases liberales y el partido tuvo que aceptarla de mala gana, desde ese momento Gaitán se convirtió en el candidato del pueblo, en su caudillo. Durante el discurso de lanzamiento, el Jefe, resaltaba la importancia de unirse como clase trabajadora bajo un mismo partido contra la corrupción de la elite, fraccionada por sus intereses encontrados y capaz de los horrores más perversos. Poco a poco fue despertando la consciencia de clase de sus seguidores, dándoles un objetivo y proyecto político por los cuales luchar.

Por supuesto, el mérito no era sólo suyo. Las luchas de las organizaciones estudiantiles, sindicales y campesinas contribuían al ambiente de indignación, a pesar de no tener ya la misma fuerza de los años veinte o a las mayorías de su lado. También, la oligarquía había minado la confianza de la gente, los gobiernos liberales que sucedieron a los 41 años de hegemonía conservadora no lograron cambiar la situación miserable y atrasada que reinaba en el país, todo lo contrario, la empeoraban más. Por ejemplo, en el campo, además de enfrentarse al abandono estatal y a una estructura social más parecida al feudalismo que a otra cosa, debían soportar una oleada de violencia bipartidista, instigada por el conservadurismo e ignorada por la oficialidad; las ciudades continuaban con altos índices de desempleo y bajas opciones de estudio y la corrupción estatal crecía manchando a todos sus funcionarios. La mecha estaba encendida, lo único que hacía falta era un detonante.

El Factor Subjetivo

Si bien era cierto que un coctel se preparaba, la historia nos ha enseñado que un pueblo iracundo y una elite inepta no son ingredientes suficientes para tener una revolución socialista; hacen falta muchos elementos más. Por ejemplo, un partido verdaderamente revolucionario que aglutine a lo más avanzado de la clase trabajadora y comprenda desde el análisis de las coyunturas socioeconómicas los problemas que afectan a su clase y las soluciones más acertadas para construir un programa que los enfrente. Sin este factor subjetivo no podía existir posibilidad de éxito, ni para la Colombia de entonces, ni para la de ahora.

Gaitán era un líder único al que le cabía el país en la cabeza, pero demostró no tener ningún interés en el crecimiento intelectual de los dirigentes gaitanistas que lo seguían, en su mayoría gente trabajadora. Confiaba más en los elementos burgueses y elitistas, a la cabeza del Partido Liberal, que en aquellas masas atentas y fieles a su discurso. Esta posición mostró sus fallas en el desenvolvimiento de los escabrosos sucesos del Bogotazo.

El viernes 9 de abril de 1948, a la 1:15 de la tarde, Jorge Eliecer salía de su oficina acompañado por varios de sus amigos y compañeros de partido. Al llegar a la puerta del edificio, ni bien cruzaba el quicio de ésta, una serie de disparos de revolver[7] lo impactaron, causándole heridas mortales. El crimen, que marcaría un hito de gran importancia en la historia colombiana, despertó la indomable ira popular.

Después de las elecciones presidenciales de 1946 —las cuales habían perdido los dos candidato liberales contra el conservador Mariano Ospina Pérez—, Gaitán, había reforzado su trabajo político, convirtiéndose en el Jefe único del partido Liberal y aprovechando esa plaza y su bien formado musculo social para aglutinar a su favor a las mayorías oprimidas de todas las orillas. El entendimiento de la derrota electoral, fundamentado en la lucha de clases, y el mal gobierno de Pérez, le abrieron el espacio al caudillo para poner en marcha a esas mayorías, convocando varias de las más grandes manifestaciones hechas, hasta la fecha, en el país. Eran expresiones casi únicas de coordinación y solidaridad obrera. Entre las más remarcables está la denominada Marcha del Silencio, realizada el 17 de febrero de 1948 en Bogotá y en la que los manifestantes marcharon en completo silencio como señal de duelo por la violencia que ejercía la Policía Política sobre la base liberal, principalmente en las regiones rurales. La fuerza demostrada por estas manifestaciones estimuló la fe del proletariado y campesinado pobre en su propia fuerza, a favor de la defensa de las ideas gaitanistas, así como instó el miedo y recelo de las clases dominantes.

Es por eso que no resulta extraña la reacción de las masas aquel viernes, después de conocerse la noticia del asesinato del jefe liberal. Las calles estaban colmadas de gente desesperada, llorando o maldiciendo lo sucedido. La multitud entendió, de pronto, cual era su enemigo natural y sin dudarlo dos veces arremetió contra todo aquello que representaba al poder establecido. Varios de los edificios más representativos del Estado fueron atacados, cayendo, algunos de ellos, bajo el poder destructivo de las mayorías. Por ejemplo, el edifico donde se realizaba la IX Conferencia Panamericana, quedó reducido a cenizas.[8]

Por todas partes se escuchaban llamados para ir a Palacio y cortar la cabeza del presidente. La Radiodifusora Nacional, una de las más importantes del país, fue tomada, al igual que muchas otras emisoras, por estudiantes y sublevados que gritaban emocionados a los micrófonos: “¡revolución!”; y anunciaban, embriagados por el afán, el triunfo de manos de los “solidarizados” militares. Esto último, por supuesto una falsedad, cobró cientos de vidas cuando un tanque de guerra acribilló a un grupo de amotinados cerca de la Plaza de Bolívar que, confiados por esas espurias declaraciones, le dejaron pasar y tomar posición. Quienes sí se contagiaron por el furor fueron las bases de la policía urbana, en su mayoría liberal. Poniéndose al servicio de los sublevados, repartiendo armas entre éstos y ofreciendo sus cuarteles para el resguardo y la protección de quienes los necesitaran.

En general era un cataclismo, casi se podría decir, una revolución. Sin embargo, como ya hemos resaltado antes, hacían falta ingredientes fundamentales. Entre los líderes del gaitanismo, no había una sola persona capaz de dirigir estratégicamente la revuelta para llevarla a la victoria, menos entre los comunistas que no contaban con el aprecio de las mayorías por su posición opositora a Gaitán, inducida por la estrategia del frente popular. El resultado sería, la rápida degradación del movimiento, el aplastamiento brutal y violento de los insurreccionados y la dilución de una posibilidad de cambio para el país. Mientras todo esto sucedía, los burócratas liberales se escondían en el Palacio de Nariño y daban largas a las preguntas de la insurrección sobre qué hacer.

El caudillismo ha sido uno de los mayores problemas a los que se ha tenido que enfrentar la política colombiana. Hacer de una persona el único faro idealizado capaz de cambiar la historia nacional es una enfermedad terrible que puede llevar a la muerte del dirigente y con él a la de su movimiento social. Tampoco resulta nueva para nosotros como colombianos. Desde la independencia se encuentra este fenómeno y desde entonces hemos experimentado sus consecuencias.

Es necesario, entonces, aprender de estos acontecimientos históricos y crear un partido verdaderamente revolucionario que se encargue de explicar con paciencia a la clase trabajadora los acontecimientos políticos que la afectan y que genere nuevos liderazgos con los individuos más avanzados del proletariado. La organización resulta fundamental a la hora de afrontar nuestras luchas que hoy por hoy comienzan a tomar fuerza. Una dirección audaz, organizada y con un programa sencillo y verdaderamente revolucionario habría transformado la sublevación de 1948 en una verdadera revolución, pero ante la ausencia de la cabeza el cuerpo enloqueció entregando lo más importante de su lucha a las garras de la muerte. No podemos repetir esto hoy, las juventudes en las calles y los trabajadores más batalladores comprenden ya el valor de la organización y comienzan a generar embriones de lucha que se preparan para el combate, pero la batalla en las calles puede perder sentido o representar una pérdida innecesaria de vidas, degenerándose al perder los insumos más importantes para la victoria, ante la falta de un objetivo político coherente con las necesidades de las mayorías.

Debemos dejar el caudillismo de lado y confiar en la fuerza de las masas proletarias y en sus elementos más revolucionarios, líderes y lideresas que se están forjando al calor de nuestro nuevo despertar político, ya que son la única clase capaz de lograr la revolución y han demostrado tener la valentía y capacidad para hacer temblar a las clases dominantes. Es hoy más necesario que nunca, cuando pareciera cocinarse un nuevo Bogotazo, al fuego de una de las crisis más profundas que hayamos enfrentado.

Por supuesto, nosotros creemos que sólo un programa marxista construido desde el análisis de nuestro contexto será el único capaz de responder a los intereses de esas mayorías. Por eso les invitamos a acercarse a las ideas del marxismo clásico (Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Trotsky). En Bogotá hemos logrado conformar un círculo de lectura y discusión al que esperamos sumar más estudiantes y trabajadores. Asimismo, esperamos que esta experiencia pueda replicarse en otras ciudades del país.

¡Sólo la acción de las masas genera un cambio en la sociedad!

¡Por una Colombia socialista!

¡Fuera Duque!

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[1] Existe cierta confusión con la fecha y el año de nacimiento de Gaitán. Las dos fechas que más se utilizan son 1898 y 1903. Se toma aquí esta última, ya que es la más aceptada. Esta aparece por primera vez en el libro “Uribe Uribe y Gaitán, caudillos del pueblo” de Javier Henao Hidrón.

[2] El viaje de Gaitán a Roma se da en 1926. Logra realizarlo gracias a juntar algunos ahorros y con la ayuda de uno de sus hermanos. El viaje lo hace con el fin de continuar y mejorar sus estudios en Derecho Penal.

[3] Durante el tiempo en que Gaitán estuvo en Italia el régimen fascista de Mussolini era el que estaba al mando. Ferri, maestro preferido de Jorge Eliécer, era un penalista que fue secretario del PSI (Partido Socialista Italiano) para luego “convertirse” al fascismo de manera abierta. También, impulsó la Escuela Positivista en Italia junto con Rafael Garófalo y Cesare Lombroque, promoviendo con ella una doctrina idealista subjetiva. Esta relación del caudillo colombiano con Enrico le valdría de excusa al PCC para tildarlo de fascista, una afirmación completamente falsa de la que se retractaron años más tarde.

[4] Las narraciones populares orales y escritas difieren en relación al número de muertos: de 800 a 3000. Al principio se hablaban de 9 muertos, los cuales dejaron tirados en la plaza y con los que hacían chistes crueles comparando su número con el de los puntos en el pliego de peticiones de la huelga. Cortés Vargas, general al mando de las tropas en la zona, dijo que fueron 47. Hoy gracias al esfuerzo de diversos investigadores se reconocen cerca de 1200, entre hombres, mujeres y niños. Eso sin sumar todos los que murieron durante la arremetida posterior en las plantaciones. Los primeros 15 días, los más sangrientos, produjeron alrededor de 800.

[5] El debate lo presentarían Jorge Eliécer Gaitán junto con Gabriel Turbay, sin embargo es el primero quien hace toda la investigación y exposición. Turbay, descendiste de los migrantes libaneses de mediados del siglo XIX , era un político liberal que hacía parte de la oligarquía nacional y cuyos intereses no trascendían a los de su clase y filiación política. Lo más seguro es que la aparición de su nombre en el debate fuera el resultado de un apoyo de bancada para mostrar unión de partido con el fin de recaudar votos, más que un genuino interés personal de justicia. Más adelante, durante las elecciones presidenciales de 1946, Turbay sería contrincante de Gaitán, también como candidato del partido Liberal. Su candidatura era percibida como la de los tradicionales del partido, los de clase alta, mientras que la de Gaitán representaba a la clase popular.

[6] Para comienzo de ese año el ministro de guerra Ignacio Rengifo sacó un decreto llamado la Ley Heroica que prohibía cualquier encuentro grupal con fines comunistas, socialistas o bolcheviques. Bajo la ejecución de este decreto aumentaron los arrestos de trabajadores sindicales y miembros del PSR y se allanaron viviendas de simpatizantes e imprentas con material propagandístico.

[7]Existen varias confusiones alrededor de la muerte de Gaitán, una de ellas es la referente con la cantidad de personas involucradas en el asesinato del líder, o la identidad de éstas. Juan Roa Sierra, el único hombre identificado como culpable y al que el pueblo iracundo arrastró, después de golpearlo hasta la muerte, desde el lugar en que ocurrieron los hechos hasta la Plaza de Bolívar, cumplió el papel de chivo expiatorio, recayendo sobre él toda la atención mediática. Aunque todas las pruebas apuntan a su culpabilidad, es seguro que no fue el único involucrado y que la acción asesina no nació de una iniciativa personal.

[8] La IX Conferencia Panamericana, celebraba en Bogotá por aquellos días, tuvo como asistentes a varias figuras internacionales de renombre, como el general George C. Marshall , quien fuera galardonado con el premio Nobel de la Paz por su conocido Plan Marshall. Un plan que pretendía ayudar a los países europeos devastados por la II Guerra Mundial y cuyo verdadero fin era el de perseguir el comunismo o todo aquello que se le pareciera. Luego de los acontecimientos del Bogotazo, la sede donde se realizaba dicho evento y que había sido construida exclusivamente para el encuentro, fue destrozada por la enardecida masa obrera, por esta razón la conferencia fue trasladada a uno de los colegios más prestigiosos de la ciudad, siendo fuertemente escoltado por militares. Así, mientras afuera acribillaban a los insurrectos, dentro se continuaría con el encuentro internacional que, como resultado final, tendría la creación de la OEA (Organización de los Estados Americanos).

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