México: El PRD puede ganar las elecciones presidenciales de 2006

Los intentos del gobierno foxista por impedir que Andrés Manuel López Obrador pudiese encabezar la candidatura del (Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la presidencia de la República, se ha convertido en el látigo que ha espoleado definitivamente el movimiento de masas contra la derecha, abriendo un nuevo período en la lucha de clases. Los intentos del gobierno foxista por impedir que Andrés Manuel López Obrador pudiese encabezar la candidatura del (Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la presidencia de la República, se ha convertido en el látigo que ha espoleado definitivamente el movimiento de masas contra la derecha, abriendo un nuevo período en la lucha de clases.

El 7 de abril de 2005 más de medio millón de personas se concentraron en el Zócalo y el 27 del mismo mes una movilización de millón y medio de personas clamó en las calles contra las maniobras del foxismo y el imperialismo. Ambas demostraciones son la cristalización de un auge evidente de la lucha de clases que arrancó en 2004 y podría convertirse en la tónica general del próximo período.
Lo que Marx denominó el topo de la historia, que excava por debajo de la superficie aparentemente en calma y que no descansa, ha comenzado a emerger con una fuerza tal que hizo temblar al gobierno del Partido de Acción Nacional (PAN).

Quince días después de que la Cámara de Diputados votara a favor del desafuero contra López Obrador, el gobierno de Fox tuvo que retroceder humillantemente y declarar nulo el proceso, un hecho con pocos precedentes en la historia reciente del país. Las masas mexicanas obtuvieron una victoria extraordinaria lo que ha elevado exponencialmente la confianza de los oprimidos en sus propias fuerzas. El desafío que el imperialismo y la burguesía lanzaron a los trabajadores ha concluido en una amarga derrota para la clase dominante. Este hecho no puede pasar desapercibido para los marxistas, pues constituye un elemento de capital importancia para el futuro.

Crisis económica, crisis política, crisis del sistema

Toda la situación está marcada por la profunda crisis económica del capitalismo mexicano que se ha traducido en una descomposición acelerada del gobierno derechista de Fox. Los datos son elocuentes: en 1994, época en que se iniciaba el Tratado de Libre Comercio, la cantidad total de trabajadores empleados en la industria manufacturera era de 1.394.487 personas, para junio del 2004 la cantidad era de 1.256.544; es decir, casi 150.000 personas menos y eso que se supone que con la apertura comercial el empleo crecería formidablemente. En 1994 se utilizaba el 73% de la capacidad industrial instalada, diez años después es del 63%. En el año de 1994 los trabajadores recibieron casi 1.500 millones de dólares de remuneraciones y en junio del 2004 la cantidad no llegaba siquiera a los 1.300 millones (a precios de 2002). Es decir, mientras la productividad creció un 20% el ingreso de las familias obreras cayó un 10%. La deuda externa del sector público es de 79.225 millones de dólares.

Desde que Fox alcanzara la presidencia de la República el salario mínimo —que rige para decenas de millones de trabajadores— ha pasado de 40 pesos, poco más de tres euros al día, a 48 pesos en la actualidad. Salarios de hambre que no llegan a cubrir las necesidades básicas de las familias trabajadoras.

La pobreza se extiende en México como una pandemia incontrolable: según informes publicados el 18 de noviembre de este año en el diario La Jornada, de 2000 a 2004 el número de pobres se ha incrementado de 79 a 85 millones de personas, concentrándose el aumento en las zonas urbanas. En el Distrito Federal hay más de 14.000 niños de la calle, víctimas de la miseria, la marginalidad y toda clase de abusos.

Por otra parte, la corrupción ha sido la tónica del gobierno foxista, el mismo que se había presentado como portador del cambio y la democracia tras sesenta años de dictadura priísta. Los escándalos, que se suceden todos los días, se han hecho visibles para las masas ante la cadena de malversación e ineficiencia desplegada en el “auxilio” a las víctimas de los huracanes Wilma y Stan, que han causado centenares de muertos y decenas de miles de damnificados, afectando fundamentalmente a Cancún, y las regiones del Sur de México como Chiapas. En Cancún según La Jornada, más del 50% de la población vive en asentamientos irregulares, la mayor parte carente de servicios; en realidad, chabolas hechas con restos de madera y techos de láminas de cartón en terrenos de manglar y selva.

En este contexto, la oposición al gobierno foxista se ha expresado en un incremento de la movilización general de la población y, especialmente, de los trabajadores que han entrado en la escena poniendo su sello.

Las movilizaciones de los trabajadores del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que se prolongaron más de un año, de los docentes del Colegio de Bachilleres que protagonizaron una huelga de 45 días, las marchas y manifestaciones de masas del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) en contra de la privatización de la Industria Eléctrica, etc., son la mejor prueba de que los batallones pesados de los trabajadores entran en acción. Algunas de estas luchas como la del IMSS fueron derrotadas por la actuación burocrática de los dirigentes del sindicato. Pero, en conjunto, la clase obrera y las masas oprimidas de México han demostrado su fuerza, tanto en el frente sindical, donde las corrientes democráticas avanzan y agudizan la crisis del charrismo sindical, como en el político, empujando al PRD al gobierno. En el próximo período México entrará de lleno en el torrente de luchas revolucionarias que vive todo el continente latinoamericano, de ahí la actitud del imperialismo norteamericano y la oligarquía mexicana para contener este ascenso. Las maniobras vergonzosas contra la revolución venezolana forman parte también de una estrategia diseñada para engañar a las masas mexicanas y evitar que un posible gobierno de López Obrador escape a su control.

¿Qué PRD necesitamos los trabajadores?

Está claro que en torno a López Obrador se han agrupado una gran cantidad de oportunistas con los antecedentes políticos más diversos. Ahí están caciques regionales como Monreal, funcionarios públicos del salinato como Camacho Solís o Socorro Díaz, sólo por mencionar a algunos. Esto forma parte de una maniobra más amplia que intenta infiltrar el partido con miles de priístas con el objetivo, más que evidente, de controlar la acción de gobierno en beneficio de la burguesía en caso de que López Obrador gane las elecciones. En la práctica, estos movimientos para privar al partido de su contenido de clase son la mejor prueba de que la victoria de López Obrador es muy probable.

Por esto es absolutamente necesario que los trabajadores, los campesinos, los jóvenes que han hecho posible la victoria contra el desafuero, luchen por que el PRD se cierre a estos arribistas, priístas y agentes de la burguesía, que supondrán un obstáculo poderoso para que el gobierno de López Obrador se oriente en la dirección que los pobres y los oprimidos de México necesitan.

Por medio de la lucha desde las bases, tanto dentro como fuera del PRD, se ha logrado que la candidatura de López Obrador sea una realidad y sólo por medio de la movilización y la organización de estas mismas bases será posible que el PRD logre ganar las elecciones. Pero no basta sólo con esto, la victoria de López Obrador sería insuficiente si no se lleva a cabo una política que establezca las bases materiales para lograr una vida digna para los trabajadores en todos los terrenos.

Por ello un gobierno verdaderamente comprometido con el pueblo trabajador debe enfrentarse decididamente a aquellos intereses que obstaculicen las tareas de transformación social del país. Lo que sucede actualmente con Venezuela bajo la presidencia de Hugo Chávez, que ha supuesto un claro avance para las masas pobres del país, marca el camino por el que tendrá que optar López Obrador. O con los trabajadores, apoyándose en la movilización de las masas oprimidas del país y tomando medidas socialistas para transformar la sociedad, o aceptar las reglas del capitalismo, con todas las consecuencias, y ser rehén de los grandes empresarios del país y de fuera.